En su mirada está lo que llamo la tristeza mas profunda. Ella no sabe como administrar sus emociones. Tal vez de chica haya recibido la misma porrada que sabe regalar a sus hijos.
Ella no sabe, nadie le enseñó que la furia que irradia en su aura, puede cautivarse con unas cuantas respiraciones y pensamientos optimistas. Nadie se lo dijo, nadie le contó.
Creo que en sus treinta y pico (o tal vez menos, no da para saber) debo haber sido yo la única persona que fue honesta y calma al hablarle. La única persona que le dijo que se calme por su propio bien, para su propia felicidad, y no porque le conviene.
Conoce de conveniencias, conoce de pedir, conoce de chismes y mentiras.
El otro día alguien llamó al consejo de familia, denunciando malos tratos dados a sus hijos y marido de parte de ella. No lo sé, no estoy segura quién “cachetea” a los pibes. Pero una luz de pánico generó en su aura.
Ella vino a verme, y pude ver su dolor. Su dolor de ser conciente de ignorancia, de saber que no sabe cómo ni qué hacer. Que no conoce, ni siquiera como usar una pelela, que no conoce la generosidad a cambio de nada.
Mi media naranja la defendió valientemente en frente de todo el mundo, y ella se sorprendió que alguien pudiese defenderla con calma, sin ella necesitar gritar e insultar. Creo que alguna cosa ha cambiado.
Desde entonces ya no se escuchan tanto los gritos de los pibes dele recibir golpes.
Son esas pequeñas grandes cosas que uno aprende con el Dharma, al menos en mi caso, porque el estrés de la vida fácilmente me llevaba para otro rumbo.